By Ângela Berlinde
What forms of imagination remain possible when the future is circumscribed by algorithmic control, planetary anxiety, and ecological breakdown? Positioned between technocratic domination and the poetic reinvention of life, ANTIDOTE proposes a visual and sensorial territory where art and thought converge—not as an escape, but as a grounded form of resistance. In an era marked by digital surveillance, affective numbness, and environmental exhaustion, this oeuvre emerges as a constellation where radical imagination, tenderness, and critical sensibility act as counterforces to the poisons of the present. The five series that compose the artwork—developed by Vernaschi over seven years—form interconnected chapters of a shared cartography where myth, territory, and resilience are continually reimagined.
We are living through profound endings: of stable climates, of biodiversity, of democratic promises, of shared imaginaries. These “end times” carry catastrophe as well as transformation. They intensify fear and despair, yet also ignite care, solidarity, and insurgent forms of hope. Ecological grief can immobilize—but it can also mobilize new alliances, communal life, and experimental futures. It is within this fragile terrain that ANTIDOTE takes shape. Gathering visual practices of resistance and sensibility, Vernaschi’s work guides us through ambivalent territories between collapse and invention, disaster and the dream of otherwise. Refusing apocalyptic closure, it reclaims the end as passage, rupture, and beginning. Informed by decolonial epistemologies and critiques of anthropocentrism, the project imagines futures where vulnerability becomes a generative ground for becoming.
The Empathetic and Radical Photography of Marco Vernaschi
When Marco Vernaschi left Europe for South America in 2005, his decision was driven by nothing more than an instinctive pull to grow beyond his comfort zone—an unexpected love and deep curiosity for the new world he had just encountered. That initial, somewhat irrational call, and the gut impulse that set everything in motion, ultimately reshaped his worldview, profoundly influencing his identity both as an artist and as a human being. Known for his eclectic and thought-provoking visual language, distinctive cinematic portraiture, and his ability to merge contemporary art with advocacy, Vernaschi’s practice frames photography as an act of radical empathy, countering extractive gazes and the individualistic logics of contemporary image-making.
Over seven years of immersion, through ANTIDOTE Vernaschi has shaped a coherent and mesmerizing universe of portraits that function as encounters rather than depictions—inhabited presences carrying land, memory, and myth. Each subject becomes a terrain where the intimate and the ancestral converge. Attuned to literary sensibilities, his work expands portraiture into a narrative field, echoing Andean poetics, Colombian magical realism, and the oral cosmologies that inhabit diverse South American realities.
In his work, photography ceases to merely represent and begins to narrate and to connect—opening a space where humanity, myth, reality, and the psychology of the subjects merge into a single sensorial force. Through Vernaschi’s signature style, this fusion gives rise to a narrative cosmos in which people shift into characters and their lived experiences unfold as evocative, emotionally resonant tales.
Rejecting individualistic paradigms, ANTIDOTE confronts the narcissistic logics undermining Western societies, where presence becomes performance and technology becomes control. Against this dystopian backdrop, Vernaschi’s work proposes an affective counter-geography grounded in shared vulnerability and empathy. Inspired by his genuine love, deep understanding and twenty years-long relationship with the indigenous universe of Latin America, ANTIDOTE summons a poetics of care and proximity, somehow echoing Donna Haraway’s invitation to “stay with the trouble”. Vernaschi’s portraiture is therefore authentic encounter: a spiral of time, a land insisting on being seen, and heard.
As a curatorial gesture, ANTIDOTE creates a space of sensorial and philosophical transgression, where images, insurgent temporalities, and tactile forms of resistance acquire new meaning. Challenging colonial geographies and hegemonic codes of visibility, the exhibition affirms beauty and vulnerability as political forces—images that care, unsettle, and reconfigure how we inhabit the world.
Positioned between the violence of technocratic authoritarianism and the possibility of symbolic reparation grounded in ancestral cosmologies and collective memory, ANTIDOTE asserts the urgency of images that unsettle and gestures that reimagine. Confronting a landscape of systemic exhaustion, it does not propose a utopia—rather, it offers something more vital: an antidote.
Por Ângela Berlinde
¿Qué formas de imaginación siguen siendo posibles cuando el futuro está moldeado por el control algorítmico, el miedo planetario y el colapso ecológico? Entre la dominación tecnocrática y la reinvención poética de la vida, ANTÍDOTE propone un territorio visual y sensorial donde arte y pensamiento convergen—no como fuga, sino como un acto de resistencia arraigado. En una era marcada por la vigilancia digital, la anestesia afectiva y el agotamiento ambiental, la obra de Vernaschi emerge como una constelación en la que la imaginación radical, la ternura y la sensibilidad crítica actúan como fuerzas contrarias frente a los venenos del presente. Las cinco series que componen el proyecto—desarrolladas a lo largo de siete años—forman capítulos interconectados de una cartografía compartida donde el mito, el territorio y la resiliencia se reimaginan continuamente.
Estamos atravesando finales profundos: de climas estables, de biodiversidad, de promesas democráticas, de imaginarios comunes. Estos “tiempos finales” portan tanto catástrofe como transformación. Intensifican el miedo y la desesperación, pero también encienden el cuidado, la solidaridad y formas insurgentes de esperanza. El duelo ecológico puede inmovilizar—pero también puede movilizar nuevas alianzas, vida comunitaria y futuros experimentales. Es en este terreno frágil donde ANTIDOTE toma forma. Reuniendo prácticas visuales de resistencia y sensibilidad, la obra de Vernaschi nos guía a través de territorios ambivalentes entre el colapso y la invención, el desastre y el sueño de lo posible. Rechazando el cierre apocalíptico, recupera el final como pasaje, ruptura y comienzo. Desde epistemologías decoloniales y críticas al antropocentrismo, el proyecto imagina futuros donde la vulnerabilidad se convierte en un suelo generativo para el devenir.
La Fotografía Empática y Radical de Marco Vernaschi
Cuando Marco Vernaschi dejó Europa rumbo a Sudamérica en 2005, su decisión estuvo guiada por poco más que un impulso instintivo de crecer más allá de su zona de confort—un amor inesperado y una profunda curiosidad por el nuevo mundo que acababa de descubrir. Esa llamada inicial, algo irracional, y el impulso visceral que puso todo en marcha terminaron por transformar su visión del mundo, influyendo profundamente en su identidad, tanto como artista y como ser humano.
Conocido globalmente por su lenguaje visual provocador y ecléctico, su distintiva retratística y su capacidad para fusionar arte contemporáneo con activismo, Vernaschi concibe la práctica artística y la fotografía como un acto de empatía radical, que contrarresta las miradas extractivas y las lógicas individualistas que definen la producción de imágenes contemporánea.
A lo largo de siete años de inmersión y trabajo con distintas comunidades indigenas, Vernaschi ha construido con ANTIDOTE un universo coherente y fascinante, retratos y paisajes que funcionan como encuentros más que como meras representaciones—presencias habitadas que unen tierra, memoria y mito. Cada sujeto se convierte en un territorio donde lo íntimo y lo ancestral convergen. Sintonizada con sensibilidades literarias, su obra expande la retratística hacia un campo narrativo que resuena con poéticas andinas, realismo mágico colombiano y las cosmologías orales que habitan diversas realidades sudamericanas.
En su obra, la fotografía deja de representar para comenzar a narrar y a conectar—abriendo un espacio íntimo donde humanidad, mito, realidad y la psicología de los sujetos se funden en una sola fuerza sensorial. A través de su estética característica, Vernaschi crea un cosmo narrativo en el que las personas se transforman en personajes, y sus experiencias de vivida se despliegan como relatos evocativos y emocionalmente resonantes.
Rechazando paradigmas individualistas, ANTIDOTE confronta las lógicas narcisistas que amenazan a las sociedades occidentales, donde la presencia se convierte en performance y la tecnología en control. Frente a esta realidad distópica, la obra de Vernaschi propone una contra-geografía afectiva arraigada en la vulnerabilidad compartida y la empatía. Inspirado en su amor genuino por América Latina, su profunda comprensión y su relación de veinte años con el universo indígena, ANTIDOTE convoca una poética del cuidado y de la proximidad, haciendo de alguna manera eco de la invitación de Donna Haraway a “permanecer con el problema”. La obra de Vernaschi es, por lo tanto, encuentro auténtico: una espiral de tiempo, una tierra que insiste en ser vista, y escuchada.
Como gesto curatorial, ANTIDOTE crea un espacio de transgresión sensorial y filosófica, donde imágenes, temporalidades insurgentes y formas táctiles de resistencia adquieren nuevos significados. Cuestionando geografías coloniales y códigos hegemónicos de visibilidad, la exposición afirma la belleza y la vulnerabilidad como fuerzas humanas—imágenes que cuidan, que inquietan y que reconfiguran nuestra forma de habitar el mundo.
Ubicado entre la violencia del autoritarismo tecnocrático y la posibilidad de una reparación simbólica arraigada en cosmologías ancestrales y memoria colectiva, ANTIDOTE afirma la urgencia de imágenes que desestabilizan y de gestos que reimaginan. Frente a un paisaje de agotamiento sistémico, no propone una utopía—sino algo más vital: un antídoto.
One Hundred Years of Resilience examines the relationship between magical realism and climate change along the Magdalena River, in Colombia’s Caribbean region. The series captures everyday enchantment and the challenges faced by the inhabitants of the swampy regions of Magdalena and Bolívar—one of Latin America’s largest aquatic ecosystems—where community resilience, adaptation, and coexistence with extreme climate conditions define a way of life.
Warmi (Woman, in Quechua) explores the link between ancestral and contemporary feminism in the Andean Altiplano. Over the past decade, the core values of feminism have been increasingly appropriated for political gain, fueling a divisive discourse on gender equality that has ultimately escalated into a hate-driven crusade against gender rights and diversity. In contrast, the Indigenous societies of the Altiplano present a different narrative, shaped by a matriarchal system rooted in cosmovision that has evolved since the pre-Colombian era.
El Auge del Tecno-Autoritarismo
A medida que el tecno-autoritarismo remodela la geopolítica, distorsiona la percepción de la verdad y altera incluso las dinámicas interpersonales, es crucial comprender sus orígenes y raíces más profundas. El término describe una alianza estratégica entre líderes políticos autoritarios y una pequeña élite de tecnócratas ultrarricos— supermilmillonarios con una mentalidad y formación tecnológica que ejercen una influencia sin precedentes sobre las masas a través de su dominio mediático y su ilimitado poder financiero. Como afirma la historiadora Janis Mimura, “el tecno-autoritarismo es impulsado por tecnócratas que consideran la tecnología la fuerza motriz del progreso humano.” Desde la Argentina de Milei hasta los Estados Unidos de Trump y Musk, una nueva ola de autoritarismo con motosierra está socavando la estabilidad global. A través de drásticos recortes presupuestarios en programas sociales e iniciativas climáticas, la retirada de ayuda extranjera en regiones empobrecidas y devastadas por la guerra, y la promoción de ambiciones expansionistas mediante una retórica agresiva y guerras económicas, el tecno-populismo está transformando el panorama global.
La Tecnificación de la Sociedad y el Rechazo de la Empatía
Entre los aspectos más preocupantes de este fenómeno, la tecnificación del gobierno y la sociedad es quizás el más alarmante. Dado que la “tecnificación” es la antítesis de la “humanización”, resulta evidente por qué el principal enemigo del tecno-populismo es lo que los autoritarios y tecnócratas desestiman como la “agenda woke”, un conjunto de políticas impulsadas por la empatía, destinadas a crear un mundo más justo, equitativo y sostenible. Alimentada por un discurso de odio agresivo, la propaganda global de la extrema derecha niega el cambio climático, ataca la igualdad de género, ridiculiza la diversidad y promueve una sociedad egocéntrica y orientada al lucro, basada en el individualismo y las relaciones de conveniencia. En otras palabras, fomenta una cultura narcisista en la que valores como la justicia social, la equidad, la tolerancia, la diversidad y el ambientalismo son estigmatizados como amenazas al progreso.
El Tecno-Feudalismo y el Reinado de los Algoritmos
El tecno-feudalismo describe un nuevo orden económico y social donde los monopolios tecnológicos actúan como señores digitales, transformando el capitalismo en un sistema regido por algoritmos. A diferencia de los mercados libres de la economía clásica, donde la competencia y la innovación dictaban el éxito, las plataformas digitales actuales han consolidado su poder, controlando la infraestructura, los datos y hasta la gobernanza.
El acceso a empleos, oportunidades financieras e incluso al debate público ya no está determinado por las fuerzas del mercado, sino por sistemas de inteligencia artificial opacos que deciden quién prospera y quién queda en la sombra. En este panorama, individuos y empresas dejan de ser actores independientes y se convierten en “siervos” atrapados dentro de los ecosistemas cerrados de los imperios de Silicon Valley. Más allá de lo económico, el tecno-feudalismo extiende su dominio sobre la política, la cultura y el comportamiento, consolidando un mundo donde un puñado de corporaciones determina el destino de la sociedad con mínima supervisión, máxima extracción y control absoluto.
El Autoritarismo Como Vía Estructural Hacia la Guerra
Los patrones históricos sugieren que el autoritarismo suele funcionar como un precursor de la guerra, ya que concentra el poder, distorsiona la toma de decisiones y normaliza el conflicto como herramienta política. Durante la última década, la gran mayoría de los nuevos conflictos armados ha surgido bajo regímenes autoritarios, que tienden a carecer de instituciones sólidas para la deliberación racional y son menos capaces de sostener compromisos internacionales que podrían frenar la escalada. Al centralizar la autoridad en manos de unos pocos, los sistemas autoritarios reducen los controles internos sobre el aventurerismo militar, permitiendo que gobernantes sin restricciones persigan la agresión con escasa resistencia doméstica.
Al mismo tiempo, las culturas autoritarias están profundamente entrelazadas con el militarismo: la guerra refuerza el control autoritario al priorizar la lealtad y el poder coercitivo, y los valores forjados en el conflicto suelen persistir mucho después de que cesan las hostilidades. La investigación psicológica refuerza esta dinámica, al mostrar que los rasgos asociados al autoritarismo —una percepción exacerbada de la amenaza, la preferencia por la jerarquía y la dominación social, y una menor empatía— predisponen tanto a líderes como a sociedades a apoyar políticas exteriores agresivas.
En el contexto geopolítico actual, estas dinámicas se manifiestan con claridad en la creciente tensión entre Rusia y Europa, donde el poder autoritario se traduce en coerción y en la guerra como herramientas de influencia. Al mismo tiempo, la postura cada vez más transaccional e introspectiva de Estados Unidos ha debilitado los mecanismos tradicionales de disuasión y seguridad colectiva, generando una ambigüedad estratégica. El resultado es un entorno internacional en el que la agresión autoritaria no es una anomalía, sino una consecuencia previsible del poder centralizado y de un orden global fragmentado.
Las Raíces Narcisistas del Tecno-Autoritarismo
Más allá de sus implicaciones sociopolíticas, el tecno-autoritarismo debe entenderse como un fenómeno narcisista. Los narcisistas se definen por un sentido del yo frágil o ausente, falta de empatía y baja autoestima, generalmente derivadas de factores neurobiológicos y un apoyo emocional insuficiente en la infancia. Para compensarlo, construyen una autoimagen grandiosa y con sentido de derecho, que puede ser manifiesta (narcisismo abierto) o encubierta (narcisismo oculto). Independientemente de su forma, esta percepción distorsionada de sí mismos da lugar a un patrón compulsivo de mentira delirante, manipulación constante y explotación. Sus interacciones con los demás son egoístas y, con frecuencia, enmarcadas en la victimización. Un rasgo característico de este comportamiento es el D.A.R.V.O. (Negar, Atacar e Invertir la Víctima y el Ofensor), una táctica manipuladora empleada por los narcisistas para desviar la culpa, desacreditar a sus acusadores y eludir la responsabilidad cuando son confrontados por su conducta.
Otro rasgo distintivo, típico de los narcisistas malignos, es su impulso implacable hacia la destrucción. Destruyen como acto de venganza, impulsados por una envidia que les hace insoportable el éxito y la felicidad ajenos. También destruyen para mantener el control, una obsesión primordial que sustenta su frágil pero inflado sentido del yo. En el caso de los líderes narcisistas sociópatas, la destrucción no es solo un subproducto de su patología, sino una estrategia deliberada. Su retórica y sus acciones están diseñadas para desmantelar en lugar de construir, ya que desestabilizar sociedades desde una posición de poder les otorga la forma definitiva de dominación. Su objetivo no es gobernar, progresar o promover el bienestar colectivo, sino la búsqueda incansable de validación a gran escala, para compensar su vergüenza e inseguridad profundas. Al final, todos los narcisistas buscan lo mismo: validación externa, la ilusión de importancia, a cualquier precio.
Narcisismo Maligno y la Política de la Destrucción
Dentro del espectro narcisista, los narcisistas malignos no solo buscan el dominio, sino que también obtienen una sensación de gratificación al desmantelar instituciones, subvertir normas sociales y desestabilizar industrias enteras en su afán de superioridad. Su retórica suele glorificar el caos, presentando la destrucción como un paso necesario hacia un supuesto renacimiento. Un ejemplo claro de esto es el presidente de Argentina, Javier Milei, cuya campaña y gestión giran en torno a la imagen de una “motosierra”, símbolo del desguace implacable del Estado y los programas sociales. Su obsesión con la destrucción no es solo económica, sino ideológica, regocijándose en la aniquilación de todo lo que se asocie al colectivismo. De manera similar, Donald Trump ha encuadrado repetidamente sus ambiciones en términos apocalípticos, prometiendo “destruir totalmente” a sus enemigos y a las instituciones por igual. En todos casos, la destrucción no es un medio para un fin: es un fin en sí mismo, una extensión de su necesidad narcisista de dominar y aniquilar amenazas percibidas.
El Disfraz del Narcisista y su Agenda Depredadora
Dado sus rasgos destructivos, ¿cómo logran los narcisistas prosperar en la sociedad? Una de las dos respuestas a esta pregunta radica en otra característica clave: los narcisistas son, de diversas maneras, altamente atractivos. Los narcisistas abiertos suelen irradiar encanto y carisma, utilizando su atractivo superficial para manipular y controlar a los demás. Los narcisistas encubiertos, en cambio, se presentan como tímidos, frágiles y vulnerables, aprovechando su aparente victimismo para explotar a quienes los rodean. Hambrientos de admiración, los narcisistas comunitarios ocultan su egoísmo tras una fachada de servicio y altruismo, proyectándose como agentes de cambio o cruzados morales. Maestros en fingir empatía, manipulan hábilmente las causas sociales para buscar validación y elevarse como modelos de virtud. En todos casos, no parecen villanos; todo lo contrario. Sus personalidades cuidadosamente diseñadas son poderosas herramientas de engaño.
La segunda respuesta es que los narcisistas son depredadores maquiavélicos que anticipan el inevitable colapso de su fachada meticulosamente construida y se preparan para ello. Los narcisistas sociópatas, en particular, son expertos en identificar vulnerabilidades y explotarlas en su beneficio. Mucho antes de que su máscara caiga, recopilan información minuciosamente para usarla como arma contra sus víctimas, asegurándose de que, cuando finalmente sean expuestos, puedan contraatacar con una precisión calculada y despiadada. Por encima de todo, los narcisistas se alimentan de la empatía, retorciéndola hasta convertirla en una herramienta de control y destrucción. El ataque sin precedentes a los valores fundamentales de la civilización occidental que estamos presenciando hoy no es más que la ejecución de un plan narcisista.
El Rol Central de Las Redes Sociales en el Declive Global de la Empatía
En las últimas dos décadas, las redes sociales han impulsado un auge sin precedentes del narcisismo, normalizando el culto a la autoimagen y promoviendo una noción distorsionada de la realización personal basada en el éxito material, la belleza superficial y los estilos de vida cuidadosamente curados. Esta búsqueda constante de validación externa ha eclipsado el crecimiento personal genuino y las relaciones significativas, reforzando estándares irreales y fomentando la comparación, la ansiedad y una necesidad perpetua de aprobación, a menudo a costa de la verdadera satisfacción y la autoaceptación, y creando el entorno ideal para que los narcisistas se posicionen como modelos a seguir para las masas.
También ha creado el caldo de cultivo perfecto para manipular la verdad y difundir desinformación, facilitando la distorsión de datos fácticos y la reescritura de los acontecimientos históricos. En este contexto, el auge de líderes sociópatas y populistas no resulta sorprendente. Su ascenso al poder ha prosperado gracias a la frustración económica generalizada y a un deseo individualista de validación social. En este escenario, los rasgos fundamentales del narcisismo—falta de empatía, resentimiento arraigado y obsesión con uno mismo—han adquirido un protagonismo sin precedentes, alimentando la venganza social, el nacionalismo y una retórica basada en el odio. La hostilidad característica del autoritarismo hacia las políticas sociales es un subproducto directo de este fenómeno: desde una perspectiva narcisista, el bienestar personal se percibe como un conflicto con el bienestar colectivo.
Varios estudios sugieren que el auge de las redes sociales está contribuyendo a una disminución medible de la empatía, particularmente entre las generaciones más jóvenes. Entre 2004 (cuando se lanzó Facebook) y 2025, las investigaciones muestran una disminución del 30 al 50 % en los comportamientos empáticos entre los jóvenes en sociedades altamente conectadas. Un estudio de la Universidad de Michigan, que analizó datos de casi 14,000 estudiantes universitarios en EE. UU., encontró una caída del 40 % en la preocupación empática desde el año 2000, con el mayor descenso después de 2009, cuando las redes sociales se volvieron masivas. En Europa, una investigación de la Universidad de Ámsterdam reveló que los usuarios frecuentes de redes sociales muestran niveles significativamente más bajos de reconocimiento emocional y toma de perspectiva, especialmente en adolescentes. A medida que los usuarios se exponen repetidamente a contenido deshumanizante, ciclos de indignación y cámaras de eco impulsadas por algoritmos, el cerebro se adapta volviéndose insensible, lo que dificulta mantener una empatía genuina en un entorno digital diseñado para la velocidad, la comparación y el rendimiento por encima de la compasión.
La Erosión de la Confianza
Las redes sociales han desempeñado un papel clave en la erosión de la confianza, el pilar fundamental de la democracia, en contraste con el terror, que sustenta las dictaduras. La sistemática deslegitimación de organizaciones intergubernamentales como las Naciones Unidas y sus agencias, junto con los medios de comunicación y el mundo académico, ha sido impulsada por un flujo constante de desinformación simplista, distorsionada y fácilmente asimilable. Esta erosión de la confianza no solo ha debilitado la fe pública en estas instituciones, sino que también ha fomentado el consenso en torno a su desmantelamiento. Aprovechando esta desconfianza, los líderes populistas se presentan como libertadores, prometiendo liberar al pueblo de lo que describen como instituciones obsoletas o corruptas.
Mientras tanto, el estado precario de la economía global—marcado por la inflación, el aumento de la deuda nacional y la inestabilidad financiera—proporciona un terreno fértil para que estas figuras avancen en sus agendas. Bajo el pretexto del pragmatismo económico, desmantelan el gasto social, la ayuda exterior y la acción climática, redirigiendo los recursos públicos hacia la expansión tecnológica. De este modo, aceleran la concentración del poder en manos de las grandes empresas tecnológicas, consolidando un modelo de gobernanza cada vez más regido por la hegemonía digital en lugar de la rendición de cuentas democrática.
La Farsa del “Enemigo Woke”
La propaganda tecnopopulista, al igual que la visión narcisista de la realidad, se nutre del gaslighting, una estrategia manipulativa en el núcleo de la técnica D.A.R.V.O., en la que los abusadores distorsionan la realidad sembrando dudas y confusión. En el escenario global actual, esta táctica se manifiesta en la feroz guerra contra la llamada “ideología woke”, una construcción retórica fabricada que permite a los gobiernos populistas desestimar problemas reales y urgentes como el cambio climático, la violencia de género y la desigualdad social.
Esta estrategia resulta especialmente conveniente: al negar directamente la existencia de estos problemas, estas administraciones se eximen de la responsabilidad de encontrar soluciones. Más aún, facilita el rechazo total de valores fundamentales que se han consolidado desde el final de la Segunda Guerra Mundial—valores basados en la cooperación en lugar de la confrontación. A corto plazo, la creación de un “enemigo woke” cumple un propósito aún más inmediato: deslegitimar a la oposición política, justificar la supresión de derechos humanos y allanar el camino para la explotación ambiental sin restricciones, como lo demuestra el lema “Drill, Baby, Drill”.
Sin embargo, el ataque a valores como la igualdad, la justicia social y ambiental, la inclusión y la rendición de cuentas revela una realidad aún más inquietante: la deshumanización del gobierno. Representa una regresión sin precedentes, que devuelve a la humanidad a una mentalidad de “ley del más fuerte”, propia de una era pre-civilizada donde la fuerza bruta era el único criterio de poder.
Un Modelo de Sociedad Empático
En el extremo opuesto de este panorama inquietante, lejos del avance implacable de las sociedades hiper-tecnológicas, varias comunidades—en su mayoría indígenas—siguen resistiendo el paso del tiempo, preservando precisamente los valores que el tecno-autoritarismo busca erradicar de la sociedad occidental. Curiosamente, este fenómeno no está impulsado por ninguna agenda política, sino que surge de manera orgánica a partir de la creencia profundamente arraigada de que el verdadero bienestar, tanto individual como colectivo, se basa en la armonía, la convivencia equilibrada y la comprensión de que la riqueza solo tiene sentido cuando es inclusiva. Por romántico que parezca, numerosas sociedades en todo el mundo han evolucionado siguiendo un camino diferente, ofreciendo un referente valioso para un mundo occidental en decadencia que necesita desesperadamente comprender en qué se equivocó.
La Cosmovisión Indígena como Inspiración
En América del Sur—una región cuya identidad está moldeada por el sincretismo y una brecha histórica entre una pequeña élite adinerada y la gran clase trabajadora—este fenómeno es particularmente significativo. Muchas de las comunidades más emblemáticas de la región cultivan una visión social basada en la Cosmovisión, integrando de manera natural los mismos valores que las sociedades occidentales—Europa en particular—hoy luchan por defender.
La cosmovisión es una forma profundamente arraigada de comprender el universo y nuestro lugar en él, una que enfatiza la empatía como principio fundamental. En muchas tradiciones indígenas y ancestrales, la cosmovisión no es solo un conjunto de creencias, sino una relación viva con todos los seres, basada en la capacidad de sentir y honrar las experiencias de los demás, tanto humanos como no humanos. La empatía se convierte en el puente que conecta a las personas con su comunidad, con la naturaleza y con el espíritu de la tierra. Fomenta un sentido de reciprocidad y responsabilidad, donde cuidar de los demás no es un acto de caridad, sino una expresión natural de existencia compartida. A través de la empatía, la cosmovisión cultiva un mundo donde todo está interconectado, y donde la armonía se alcanza no mediante la dominación o la extracción, sino a través de la coexistencia, el entendimiento, el respeto y el cuidado mutuo.
Lecciones desde los Márgenes de la Tecnología
En el Altiplano andino, existen comunidades matriarcales que mantienen una relación simbiótica y respetuosa con la naturaleza, honrando la igualdad de género a través de la Pachamama, que reafirma el papel central de la mujer en la sociedad. En la región caribeña de Colombia, la resiliencia climática se fusiona con el realismo mágico, definiendo un estilo de vida basado en la adaptación y la coexistencia con condiciones climáticas extremas. Mientras tanto, las comunidades gauchas de Argentina encarnan la solidaridad, la justicia social y la igualdad—valores que sustentaron el legado histórico que llevó a la liberación de América del Sur del colonialismo.
Las series Ahícito Nomás, Macondo y The Land of Never After, junto con sus campañas asociadas, exploran la igualdad de género, la resiliencia climática y la justicia social desde la perspectiva de estas comunidades, ofreciendo una visión alternativa de cómo estos valores pueden integrarse con éxito. ¿Tiene la sociedad occidental algo que aprender de estas comunidades? ¿Tienen sentido los avances tecnológicos si no sirven al bien común? ¿Es posible el progreso sin una visión empática de la sociedad? ¿Puede la riqueza extrema de unos pocos beneficiar a la sociedad si no se redistribuye adecuadamente?
A medida que el autoritarismo sigue dividiendo nuestro mundo, surgen estas y muchas otras preguntas. Las respuestas que nos demos a nosotros mismos determinarán cómo evolucionamos como sociedad global.
L’Essor du Techno-autoritarisme
Alors que le techno-autoritarisme remodèle la géopolitique, déforme la perception de la vérité et modifie même les dynamiques interpersonnelles, il est essentiel d’en comprendre les origines et les racines profondes. Ce terme désigne une alliance stratégique entre des dirigeants politiques autoritaires et une petite élite de technocrates ultra-riches—super-milliardaires ayant une mentalité et une formation technologique, exerçant une influence sans précédent sur les masses grâce à leur domination médiatique et à leur pouvoir financier illimité. Comme l’affirme l’historienne Janis Mimura, « le techno-fascisme est un autoritarisme dirigé par des technocrates qui considèrent la technologie comme la force motrice du progrès humain. » De l’Argentine de Milei aux États-Unis de Trump et Musk, une nouvelle vague d’autoritarisme à la tronçonneuse sape la stabilité mondiale. Par des coupes budgétaires massives dans les programmes sociaux et les initiatives climatiques, le retrait de l’aide étrangère dans les zones en guerre et appauvries, et la promotion d’ambitions expansionnistes à travers une rhétorique agressive et des guerres économiques, le techno-populisme est en train de remodeler le paysage mondial.
La Technicisation de la Société et le Rejet de l’Empathie
Parmi les aspects les plus inquiétants de ce phénomène, la technicisation du gouvernement et de la société est peut-être le plus préoccupant. Étant donné que la “technicisation” est l’antithèse de “l’humanisation”, il devient immédiatement clair pourquoi l’ennemi principal du techno-populisme est ce que les autoritaires et les technocrates qualifient avec mépris de “woke agenda”, un ensemble de politiques fondées sur l’empathie et visant à créer un monde plus juste, plus égalitaire et plus durable. Alimentée par un discours de haine agressif, la propagande mondiale de l’extrême droite nie le changement climatique, attaque l’égalité des genres, tourne en dérision la diversité et promeut une société égoïste et centrée sur le profit, fondée sur l’individualisme et les relations intéressées. En d’autres termes, elle cultive une culture narcissique dans laquelle des valeurs telles que la justice sociale, l’égalité, la tolérance, la diversité et l’écologie sont stigmatisées comme des menaces au progrès.
Techno-Féodalisme et le Règne des Algorithmes
Le techno-féodalisme décrit un nouvel ordre économique et social où les monopoles technologiques règnent en seigneurs numériques, transformant le capitalisme en un système gouverné par des algorithmes. Contrairement aux marchés libres de l’économie classique, où la concurrence et l’innovation dictaient la réussite, les plateformes numériques actuelles ont consolidé leur pouvoir, contrôlant les infrastructures, les données et même la gouvernance.
L’accès à l’emploi, aux opportunités financières et au débat public n’est plus régi par les forces du marché mais par des systèmes d’intelligence artificielle opaques, qui déterminent qui prospère et qui est relégué à l’invisibilité. Dans ce paysage, individus et entreprises ne sont plus des acteurs indépendants, mais des “serfs” piégés dans les jardins clos des empires de la Silicon Valley. Au-delà de l’économie, le techno-féodalisme étend son influence sur la politique, la culture et le comportement, imposant un monde où une poignée de corporations façonnent l’avenir de la société avec un contrôle maximal, une supervision minimale et une extraction de valeur sans précédent.
L’autoritarisme comme voie structurelle vers la guerre
Les schémas historiques montrent que l’autoritarisme agit souvent comme un prélude à la guerre, car il concentre le pouvoir, fausse la prise de décision et normalise le conflit comme instrument politique. Au cours de la dernière décennie, l’immense majorité des nouveaux conflits armés est apparue sous des régimes autoritaires, lesquels manquent généralement d’institutions capables de soutenir une délibération rationnelle et peinent à maintenir des engagements internationaux susceptibles de freiner l’escalade. En concentrant l’autorité entre les mains de quelques dirigeants, les systèmes autoritaires affaiblissent les contre-pouvoirs internes face à l’aventurisme militaire, permettant à des dirigeants peu contraints de recourir à l’agression avec une résistance intérieure limitée.
Par ailleurs, les cultures autoritaires sont étroitement liées au militarisme : la guerre renforce le contrôle autoritaire en privilégiant la loyauté et le pouvoir coercitif, et les valeurs forgées dans le conflit tendent à perdurer bien après la fin des hostilités. Les recherches en psychologie confirment cette dynamique en montrant que les traits associés à l’autoritarisme — perception accrue de la menace, préférence pour la hiérarchie et la domination sociale, et empathie réduite — façonnent les attitudes publiques et les processus décisionnels en faveur de politiques étrangères agressives.
Dans le contexte géopolitique actuel, ces dynamiques apparaissent clairement dans la montée des tensions entre la Russie et l’Europe, où le pouvoir autoritaire se traduit par la coercition et la guerre comme instruments d’influence. Parallèlement, la posture de plus en plus transactionnelle et introspective des États-Unis a affaibli les mécanismes traditionnels de dissuasion et de sécurité collective, créant une ambiguïté stratégique. Il en résulte un environnement international où l’agression autoritaire n’est pas une anomalie, mais une conséquence prévisible du pouvoir centralisé et d’un ordre mondial fragmenté.
Les Racines Narcissiques du Techno-autoritarisme
Au-delà de ses implications sociopolitiques, le techno-fascisme doit être compris comme un phénomène narcissique. Les narcissiques se définissent par un sens du soi fragile ou absent, un manque d’empathie et une faible estime de soi, généralement issus de facteurs neurobiologiques et d’un soutien émotionnel insuffisant durant l’enfance. Pour compenser, ils se construisent une image d’eux-mêmes grandiose et empreinte d’un sentiment d’impunité, qui peut être manifeste (narcissisme ouvert) ou cachée (narcissisme dissimulé). Quelle que soit sa forme, cette perception déformée d’eux-mêmes entraîne un schéma compulsif de mensonge délirant, de manipulation constante et d’exploitation. Leurs interactions avec les autres sont purement intéressées et souvent encadrées par un discours victimaire. Une caractéristique clé de ce comportement est le D.A.R.V.O. (Deny, Attack, and Reverse Victim & Offender – Nier, Attaquer et Inverser Victime & Agresseur), une tactique manipulatrice utilisée par les narcissiques pour détourner la faute, discréditer les accusateurs et échapper à la responsabilité lorsqu’ils sont confrontés à une faute.
Un autre trait distinctif, propre aux narcissiques malveillants, est une pulsion destructrice inlassable. Ils détruisent par vengeance, alimentés par une envie qui rend insupportables le succès et le bonheur des autres. Ils détruisent aussi pour maintenir le contrôle, une obsession primordiale, essentielle au maintien de leur image de soi fragile mais gonflée d’orgueil. Dans le cas des leaders narcissiques sociopathes, la destruction n’est pas seulement un sous-produit de leur pathologie, mais une stratégie délibérée. Leur rhétorique et leurs actions sont conçues pour démanteler plutôt que construire, car déstabiliser les sociétés depuis une position de pouvoir leur procure la forme ultime de domination. Leur but n’est ni de gouverner, ni de progresser, ni d’œuvrer pour le bien-être collectif, mais bien de poursuivre sans relâche une validation à grande échelle, afin de compenser une honte et une insécurité profondément ancrées. En fin de compte, tous les narcissiques recherchent la même chose : une validation extérieure, l’illusion d’une importance, à n’importe quel prix.
Narcissisme Malveillant et Politique de la Destruction
Au sein du spectre narcissique, les narcissiques malveillants ne se contentent pas de rechercher la domination ; ils tirent également une forme de gratification du démantèlement des institutions, de la subversion des normes sociales et de la déstabilisation de secteurs entiers dans leur quête de supériorité. Leur rhétorique glorifie souvent le chaos, présentant la destruction comme une étape nécessaire vers une prétendue renaissance. Un exemple frappant est celui du président argentin Javier Milei, dont la campagne et la gouvernance s’articulent autour de l’image d’une “tronçonneuse”, symbole de la suppression brutale des structures étatiques et des programmes sociaux. Son obsession pour la destruction n’est pas uniquement économique, mais profondément idéologique, se réjouissant de l’anéantissement de tout ce qui est lié au collectivisme. De même, Donald Trump a souvent exprimé ses ambitions en des termes apocalyptiques, promettant de “détruire totalement” ses ennemis ainsi que les institutions. Dans tous les cas, la destruction n’est pas un moyen mais une fin en soi, une extension de leur besoin narcissique de domination et d’annihilation des menaces perçues.
Le Déguisement du Narcissique et son Agenda Prédateur
Compte tenu de leurs traits destructeurs, comment les narcissiques parviennent-ils à prospérer dans la société ? L’une des deux réponses à cette question réside dans une autre caractéristique essentielle : les narcissiques sont, à divers égards, extrêmement séduisants. Les narcissiques ouverts dégagent souvent du charme et du charisme, utilisant leur attrait superficiel pour manipuler et contrôler les autres. Les narcissiques cachés, en revanche, se présentent comme timides, fragiles et vulnérables, exploitant leur apparente victimisation pour manipuler leur entourage. Affamés d’admiration, les narcissiques communautaires dissimulent leur égocentrisme derrière un masque de service et d’altruisme, se présentant comme des agents du changement ou des croisés moraux. Maîtres dans l’art de feindre l’empathie, ils exploitent habilement les causes sociales pour rechercher la validation et se hisser au rang de modèles de vertu. Dans tous les cas, ils ne semblent pas être des méchants—bien au contraire. Leurs personnages soigneusement façonnés sont des outils puissants de tromperie.
La deuxième réponse est que les narcissiques sont des prédateurs machiavéliques qui anticipent l’effondrement inévitable de leur façade méticuleusement construite et s’y préparent activement. Les narcissiques sociopathes, en particulier, sont des experts dans l’art d’identifier les vulnérabilités et de les exploiter à leur avantage. Bien avant que leur masque ne tombe, ils accumulent minutieusement des informations qu’ils utiliseront comme des armes contre leurs victimes, s’assurant que, lorsqu’ils seront finalement démasqués, ils pourront riposter avec une précision calculée et impitoyable. Plus que tout, les narcissiques se nourrissent de l’empathie, la tordant jusqu’à en faire un outil de contrôle et de destruction. L’attaque sans précédent contre les valeurs fondamentales de la civilisation occidentale que nous observons aujourd’hui n’est rien d’autre que l’exécution d’un plan narcissique.
Le Rôle Central des Réseaux Sociaux dans le Déclin Mondial de l’Empathie
Au cours des deux dernières décennies, les réseaux sociaux ont alimenté une montée sans précédent du narcissisme, normalisant le culte de l’image de soi et promouvant une vision déformée de l’épanouissement personnel, fondée sur la réussite matérielle, la beauté superficielle et des modes de vie soigneusement mis en scène. Cette quête incessante de validation externe a éclipsé le développement personnel authentique et les relations significatives, renforçant des standards irréalistes et nourrissant la comparaison, l’anxiété et un besoin perpétuel d’approbation, souvent au détriment du véritable épanouissement et de l’acceptation de soi, et créant l’environnement idéal pour que les narcissiques se positionnent comme modèles à suivre pour les masses.
Il a également créé un terreau idéal pour manipuler la vérité et propager la désinformation, facilitant la distorsion des données factuelles et la réécriture des événements historiques. Dans ce contexte, la montée des dirigeants sociopathes et populistes n’a rien de surprenant. Leur ascension au pouvoir s’est nourrie de la frustration économique généralisée et d’un besoin individualiste de validation sociale. Dans cet environnement, les traits fondamentaux du narcissisme—manque d’empathie, ressentiment profond et obsession de soi—ont acquis une influence inédite, alimentant la vengeance sociale, le nationalisme et une rhétorique fondée sur la haine. L’hostilité caractéristique du techno-fascisme envers les politiques sociales est un sous-produit direct de ce phénomène : d’un point de vue narcissique, le bien-être personnel est perçu comme étant en conflit avec le bien-être collectif.
Plusieurs études suggèrent que l’essor des réseaux sociaux contribue à une baisse mesurable de l’empathie, en particulier chez les jeunes générations. Entre 2004 (année du lancement de Facebook) et 2025, les recherches indiquent une diminution de 30 à 50 % des comportements empathiques chez les jeunes vivant dans des sociétés fortement connectées. Une étude de l’Université du Michigan, qui a analysé les données de près de 14 000 étudiants américains, a révélé une baisse de 40 % de la préoccupation empathique depuis l’an 2000, avec une chute marquée après 2009, lorsque les réseaux sociaux sont devenus omniprésents. En Europe, une recherche de l’Université d’Amsterdam a montré que les utilisateurs fréquents de réseaux sociaux présentent des niveaux nettement inférieurs de reconnaissance émotionnelle et de prise de perspective, surtout chez les adolescents. À force d’être exposé à des contenus déshumanisants, à des cycles d’indignation et à des bulles algorithmiques, le cerveau devient insensible, rendant difficile le maintien d’une véritable empathie dans un environnement numérique conçu pour la vitesse, la comparaison et la performance plutôt que la compassion.
L’Érosion de la Confiance
Les réseaux sociaux ont joué un rôle central dans l’érosion de la confiance, fondement essentiel de la démocratie, à l’opposé de la terreur qui sous-tend les dictatures. La délégitimation systématique des organisations intergouvernementales comme les Nations Unies et leurs agences, ainsi que des médias et du monde académique, a été alimentée par un flot incessant de désinformation simpliste, biaisée et facilement assimilable. Cette perte de confiance a non seulement affaibli la foi du public dans ces institutions, mais a aussi favorisé un consensus autour de leur démantèlement. Exploitant cette défiance, les leaders populistes se positionnent en libérateurs, promettant d’affranchir le peuple de ce qu’ils présentent comme des institutions obsolètes ou corrompues.
Pendant ce temps, l’instabilité économique mondiale—marquée par l’inflation, l’endettement croissant et l’instabilité financière—offre un terrain propice à ces figures pour avancer leurs agendas. Sous couvert de pragmatisme économique, ils démantèlent les dépenses sociales, l’aide internationale et l’action climatique, redirigeant les ressources publiques vers l’expansion technologique. Ce faisant, ils accélèrent la concentration du pouvoir entre les mains des géants du numérique, consolidant un modèle de gouvernance de plus en plus dominé par l’hégémonie technologique plutôt que par la responsabilité démocratique.
L’Imposture de l’« Ennemi Woke »
La propagande techno-populiste, tout comme la vision narcissique de la réalité, repose sur le gaslighting—une technique manipulatrice au cœur de la stratégie D.A.R.V.O., où les abuseurs sèment le doute et la confusion pour déformer la réalité. Aujourd’hui, cette tactique se traduit par une guerre acharnée contre la soi-disant “idéologie woke”, une construction rhétorique qui permet aux gouvernements populistes d’écarter des problématiques réelles et urgentes comme le changement climatique, les violences de genre et les inégalités sociales.
Cette stratégie est particulièrement efficace : en niant purement et simplement l’existence de ces problèmes, ces gouvernements s’exonèrent de toute responsabilité dans la recherche de solutions. Plus insidieusement encore, elle permet un rejet total des valeurs fondamentales construites depuis la fin de la Seconde Guerre mondiale—des valeurs fondées sur la coopération plutôt que sur la confrontation. À court terme, la fabrication d’un “ennemi woke” remplit un objectif immédiat : délégitimer l’opposition politique, justifier la répression des droits humains et ouvrir la voie à l’exploitation environnementale sans limite, illustrée par des slogans comme « Drill, Baby, Drill ».
Cependant, l’attaque contre des valeurs telles que l’égalité, la justice sociale et environnementale, l’inclusion et la responsabilité révèle une réalité plus profonde et plus inquiétante : la déshumanisation du pouvoir. Cela marque une régression sans précédent — un retour à une mentalité de “loi du plus fort”, rappelant une époque pré-civilisée où la force brute était l’unique arbitre du pouvoir.
Un Modèle de Société Empathique
À l’opposé de ce paysage troublant, loin de la montée inexorable des sociétés hyper-technologiques, plusieurs communautés—principalement autochtones—résistent à l’épreuve du temps, préservant précisément les valeurs que le techno-fascisme cherche à éradiquer de la société occidentale. Fait intéressant, ce phénomène n’est guidé par aucune agenda politique, mais émerge naturellement d’une conviction profondément enracinée selon laquelle le véritable bien-être, tant individuel que collectif, repose sur l’harmonie, la coexistence équilibrée et la compréhension que la richesse n’a de sens que lorsqu’elle est inclusive. Aussi romantique que cela puisse paraître, de nombreuses sociétés à travers le monde ont évolué selon une trajectoire différente, offrant une référence précieuse pour un monde occidental en déclin, en quête désespérée de compréhension sur ses propres erreurs.
La Cosmovision comme Contrepoids
En Amérique du Sud—une région dont l’identité est façonnée par le syncrétisme et une fracture historique entre une petite élite riche et une vaste classe laborieuse—ce phénomène est particulièrement marquant. Loin du bruit polarisant de la politique contemporaine, certaines des communautés les plus emblématiques de la région cultivent une vision sociale fondée sur la cosmovision et intègrent naturellement les mêmes valeurs que les sociétés occidentales—et en particulier l’Europe—luttent aujourd’hui pour préserver.
La cosmovision est une manière profondément enracinée de comprendre l’univers et notre place en son sein — une approche qui met l’accent sur l’empathie comme principe fondamental. Dans de nombreuses traditions autochtones et ancestrales, la cosmovision n’est pas seulement un ensemble de croyances, mais une relation vivante avec tous les êtres, fondée sur la capacité de ressentir et d’honorer les expériences des autres, qu’ils soient humains ou non-humains. L’empathie devient le pont qui relie les individus à leur communauté, à la nature et à l’esprit de la terre. Elle nourrit un sens de réciprocité et de responsabilité, où prendre soin des autres n’est pas un acte de charité, mais une expression naturelle d’existence partagée. À travers l’empathie, la cosmovision façonne un monde où tout est interconnecté, et où l’harmonie se réalise non par la domination ou l’extraction, mais par la coexistence, la compréhension, le respect et le soin mutuel.
Des Leçons Venues des Marges de la Modernité
Dans l’Altiplano andin, des communautés matriarcales vivent en symbiose respectueuse avec la nature, honorant l’égalité des sexes à travers la Pachamama, qui affirme le rôle central des femmes dans la société. Dans la région caraïbe de la Colombie, la résilience climatique se mêle au réalisme magique, définissant un mode de vie basé sur l’adaptation et la coexistence avec des conditions météorologiques extrêmes. Pendant ce temps, les communautés gauchos en Argentine perpétuent des valeurs telles que la solidarité, la justice sociale et l’égalité, incarnant l’héritage historique qui a autrefois libéré l’Amérique du Sud du colonialisme.
Les séries Ahícito Nomás, Macondo et The Land of Never After, ainsi que leurs campagnes associées, explorent l’égalité des genres, la résilience climatique et la justice sociale du point de vue de ces communautés, offrant une perspective alternative sur l’intégration réussie de ces valeurs. La société occidentale a-t-elle quelque chose à apprendre de ces communautés ? Le progrès technologique a-t-il un sens s’il ne sert pas le bien commun ? Un progrès est-il possible sans une vision empathique de la société ? L’extrême richesse d’une élite peut-elle bénéficier à la société si elle n’est pas correctement redistribuée ?
Alors que le techno-fascisme continue de diviser notre monde, ces questions—et bien d’autres encore—se posent. Les réponses que nous nous donnerons détermineront la manière dont nous évoluerons en tant que société globale.
L’Ascesa del Tecno-Autoritarismo
In un’epoca in cui il Tecno-Autoritarismo rimodella la geopolitica, distorce la percezione della verità e altera le dinamiche interpersonali, è fondamentale comprenderne quali siano le sue origini e radici più profonde. Il termine descrive un’alleanza strategica tra leader politici autoritari e una ristretta élite di tecnocrati ultra-ricchi—super-miliardari con una mentalità e una formazione tecnologica che esercitano un’influenza senza precedenti sulle masse grazie al loro dominio mediatico e al loro potere finanziario illimitato. Come afferma la storica Janis Mimura, “il tecno-fascismo è un autoritarismo guidato da tecnocrati che considerano la tecnologia la forza trainante del progresso umano.” Dall’Argentina di Milei agli Stati Uniti di Trump e Musk, una nuova onda di autoritarismo con motosega sta minando la stabilità globale. Attraverso drastici tagli al bilancio destinato ai programmi sociali e alle iniziative climatiche, il ritiro degli aiuti esteri dalle regioni in guerra e impoverite, e la promozione di ambizioni espansionistiche mediante una retorica aggressiva e guerre economiche, il tecno-populismo sta ridefinendo il panorama globale.
La Tecnificazione della Società e il Rifiuto dell’Empatia
Tra gli aspetti più inquietanti di questo fenomeno, la tecnificazione del governo e della società è forse il più preoccupante. Poiché la “tecnificazione” è l’antitesi della “umanizzazione”, diventa immediatamente chiaro perché il principale nemico del tecno-populismo sia ciò che gli autoritari e i tecnocrati liquidano come “agenda woke”—un insieme di politiche guidate dall’empatia, volte a creare un mondo più equo, giusto e sostenibile. Alimentata da un discorso d’odio aggressivo, la propaganda dell’estrema destra globale nega il cambiamento climatico, attacca la parità di genere, deride la diversità e promuove una società ego-centrata e orientata al profitto, fondata sull’individualismo e su relazioni di convenienza. In altre parole, favorisce una cultura narcisistica in cui valori come giustizia sociale, uguaglianza, tolleranza, diversità ed ambientalismo vengono stigmatizzati come minacce al progresso.
Il Tecno-Feudalesimo e il Regno degli Algoritmi
Il tecno-feudalesimo descrive un nuovo ordine economico e sociale in cui i monopoli tecnologici governano come signori digitali, trasformando il capitalismo in un sistema dominato dagli algoritmi. A differenza dei mercati liberi dell’economia classica, dove competizione e innovazione determinavano il successo, oggi le piattaforme digitali hanno consolidato il proprio potere, controllando infrastrutture, dati e persino la governance.
L’accesso al lavoro, alle opportunità finanziarie e al dibattito pubblico non è più determinato dalle forze di mercato, ma da sistemi di intelligenza artificiale opachi, che stabiliscono chi prospera e chi resta invisibile. In questo scenario, individui e imprese non sono più attori indipendenti, ma “servi” intrappolati nei giardini recintati degli imperi della Silicon Valley. Oltre l’economia, il tecno-feudalesimo estende la sua influenza sulla politica, sulla cultura e sul comportamento, plasmando un mondo in cui poche corporazioni decidono il destino della società con minima supervisione, massima estrazione di risorse e controllo assoluto.
L’Autoritarismo come percorso strutturale verso la guerra
I modelli storici suggeriscono che l’autoritarismo funzioni spesso come un precursore della guerra, poiché concentra il potere, distorce i processi decisionali e normalizza il conflitto come strumento politico. Nell’ultimo decennio, la stragrande maggioranza dei nuovi conflitti armati è emersa sotto regimi autoritari, che tendono a essere privi di istituzioni capaci di sostenere una deliberazione razionale e meno in grado di mantenere impegni internazionali in grado di limitare l’escalation. Concentrando l’autorità nelle mani di pochi, i sistemi autoritari riducono i controlli interni sull’avventurismo militare, consentendo a leader poco vincolati di perseguire l’aggressione con scarsa opposizione domestica.
Allo stesso tempo, le culture autoritarie sono profondamente intrecciate con il militarismo: la guerra rafforza il controllo autoritario dando priorità alla lealtà e al potere coercitivo, e i valori forgiati nel conflitto spesso persistono molto tempo dopo la fine delle ostilità. La ricerca psicologica rafforza questa dinamica, mostrando che i tratti associati all’autoritarismo — una percezione accentuata della minaccia, la preferenza per la gerarchia e la dominanza sociale, e una ridotta empatia — predispongono sia i leader sia le società a sostenere politiche estere aggressive.
Nel contesto geopolitico attuale, queste dinamiche sono chiaramente visibili nella crescente tensione tra Russia ed Europa, dove il potere autoritario si traduce nella coercizione e nella guerra come strumenti di influenza. Allo stesso tempo, l’atteggiamento sempre più transazionale e isolazionista degli Stati Uniti ha indebolito i tradizionali meccanismi di deterrenza e sicurezza collettiva, creando un’ambiguità strategica. Il risultato è un contesto internazionale in cui l’aggressione autoritaria non rappresenta un’anomalia, ma una conseguenza prevedibile del potere centralizzato e di un ordine globale frammentato.
Le Radici Narcisistiche del Tecno-Autoritarismo
Al di là delle sue implicazioni sociopolitiche, il tecno-fascismo deve essere compreso come un fenomeno narcisistico. I narcisisti si definiscono per un senso di sé fragile o assente, una mancanza di empatia e una bassa autostima, generalmente derivati da fattori neurobiologici e da un supporto emotivo insufficiente durante l’infanzia. Per compensare, costruiscono un’immagine di sé grandiosa e intrisa di senso di diritto, che può essere manifesta (narcisismo overt) o nascosta (narcisismo covert). Indipendentemente dalla sua forma, questa percezione distorta di sé porta a un modello compulsivo di menzogne deliranti, manipolazione costante e sfruttamento. Le loro interazioni con gli altri sono egoistiche e spesso incorniciate in un ruolo di vittima. Un tratto distintivo di questo comportamento è il D.A.R.V.O. (Negare, Attaccare e Invertire Vittima e Aggressore), una tattica manipolativa usata dai narcisisti per deviare la colpa, screditare gli accusatori ed eludere la responsabilità quando vengono accusati per la loro condotta.
Un altro tratto distintivo, tipico dei narcisisti maligni, è una spinta inarrestabile alla distruzione. Distruggono per vendetta, mossi da un’invidia che rende intollerabili il successo e la felicità altrui. Distruggono anche per mantenere il controllo, un’ossessione primaria essenziale per sostenere la loro fragile ma gonfiata immagine di sé. Nel caso dei leader narcisisti sociopatici, la distruzione non è solo un sottoprodotto della loro patologia, ma una strategia deliberata. La loro retorica e le loro azioni sono progettate per smantellare piuttosto che costruire, poiché destabilizzare le società da una posizione di potere garantisce loro la forma più assoluta di dominio. Il loro obiettivo non è governare, progredire o promuovere il benessere collettivo, ma cercare incessantemente una validazione su larga scala, per compensare una vergogna e un’insicurezza profondamente radicate. Alla fine, tutti i narcisisti cercano la stessa cosa: una validazione esterna, l’illusione di un’importanza, a qualsiasi costo.
Narcisismo Maligno e Politica della Distruzione
All’interno dello spettro narcisistico, i narcisisti maligni non solo cercano il dominio, ma traggono anche gratificazione dal demolire istituzioni, sovvertire le norme sociali e destabilizzare interi settori nel loro inseguimento della superiorità. La loro retorica spesso glorifica il caos, presentando la distruzione come un passaggio necessario verso una presunta rinascita. Un esempio evidente è il presidente argentino Javier Milei, la cui campagna e azione di governo ruotano attorno all’immagine della “moto sega”, simbolo del taglio spietato dello Stato e dei programmi sociali. La sua ossessione per la distruzione non è soltanto economica, ma profondamente ideologica, e si compiace dell’annientamento di tutto ciò che è associato al collettivismo. Allo stesso modo, Donald Trump ha più volte espresso le sue ambizioni in termini apocalittici, promettendo di “distruggere totalmente” nemici e istituzioni. In tutti i casi, la distruzione non è un mezzo ma un fine in sé, un’estensione del loro bisogno narcisistico di dominare e annientare le minacce percepite.
Il Travestimento del Narcisista e la sua Agenda Predatoria
Data la loro natura distruttiva, come fanno i narcisisti a prosperare nella società? Una delle due risposte a questa domanda risiede in un’altra caratteristica fondamentale: i narcisisti sono, in vari modi, estremamente attraenti. I narcisisti manifesti emanano spesso fascino e carisma, sfruttando la loro apparente affabilità per manipolare e controllare gli altri. I narcisisti nascosti, invece, si presentano come timidi, fragili e vulnerabili, sfruttando la loro apparente condizione di vittime per manipolare chi li circonda. Affamati di ammirazione, i narcisisti comunitari mascherano il loro egoismo dietro una facciata di servizio e altruismo, presentandosi come agenti di cambiamento o crociati morali. Maestri nell’arte della falsa empatia, sfruttano abilmente le cause sociali per cercare approvazione e elevarsi come modelli di virtù. In tutti i casi, non appaiono come villain—anzi, tutt’altro. Le loro personalità attentamente costruite sono potenti strumenti di inganno.
La seconda risposta è che i narcisisti sono predatori machiavellici che prevedono il crollo inevitabile della loro facciata meticolosamente costruita e si preparano in anticipo. I narcisisti sociopatici, in particolare, sono maestri nel riconoscere le vulnerabilità e sfruttarle a proprio vantaggio. Molto prima che la loro maschera cada, raccolgono meticolosamente informazioni da usare come armi contro le loro vittime, assicurandosi che, una volta smascherati, possano contrattaccare con precisione calcolata e spietata. Soprattutto, i narcisisti si nutrono dell’empatia, distorcendola fino a renderla uno strumento di controllo e distruzione. L’attacco senza precedenti ai valori fondamentali della civiltà occidentale a cui stiamo assistendo oggi non è altro che l’esecuzione di un piano narcisistico.
Il Ruolo Centrale dei Social Media nel Declino Globale dell’Empatia
Negli ultimi due decenni, i social media hanno alimentato un’ascesa senza precedenti del narcisismo, normalizzando il culto dell’immagine di sé e promuovendo una concezione distorta del realizzarsi, basata sul successo materiale, la bellezza superficiale e stili di vita accuratamente costruiti. Questa incessante ricerca di approvazione esterna ha oscurato la crescita personale autentica e le relazioni significative, rafforzando standard irrealistici e alimentando il confronto, l’ansia e un bisogno perpetuo di validazione, spesso a scapito della vera soddisfazione e dell’accettazione di sé, e creando l’ambiente ideale affinché i narcisisti si posizionino come modelli da seguire per le masse.
Ha inoltre creato il terreno fertile perfetto per manipolare la verità e diffondere disinformazione, facilitando la distorsione dei dati fattuali e la riscrittura degli eventi storici. In questo contesto, l’ascesa dei leader sociopatici e populisti non sorprende. La loro scalata al potere si è nutrita della diffusa frustrazione economica e di un bisogno individualistico di validazione sociale. In questo scenario, i tratti fondamentali del narcisismo—mancanza di empatia, risentimento radicato e ossessione per se stessi—hanno acquisito un’influenza senza precedenti, alimentando vendetta sociale, nazionalismo e una retorica basata sull’odio. L’ostilità caratteristica del tecno-fascismo nei confronti delle politiche sociali è un prodotto diretto di questo fenomeno: da una prospettiva narcisistica, il benessere personale è visto come in conflitto con il benessere collettivo.
Diversi studi suggeriscono che l’ascesa dei social media stia contribuendo a un calo misurabile dell’empatia, in particolare tra le giovani generazioni. Tra il 2004 (anno del lancio di Facebook) e il 2025, le ricerche indicano un calo del 30–50% nei comportamenti empatici tra i giovani nelle società altamente connesse. Uno studio dell’Università del Michigan, che ha analizzato i dati di quasi 14.000 studenti universitari statunitensi, ha rilevato un calo del 40% nella preoccupazione empatica dal 2000, con il calo più marcato dopo il 2009, quando i social media sono diventati mainstream. In Europa, una ricerca dell’Università di Amsterdam ha mostrato che gli utenti frequenti dei social media presentano livelli significativamente più bassi di riconoscimento emotivo e di presa di prospettiva, soprattutto tra gli adolescenti. Poiché gli utenti sono ripetutamente esposti a contenuti disumanizzanti, cicli di indignazione e camere dell’eco guidate dagli algoritmi, il cervello si adatta diventando insensibile, rendendo più difficile mantenere un’empatia autentica in un ambiente digitale progettato per la velocità, il confronto e la performance più che per la compassione.
L’Erosione della Fiducia
I social media hanno svolto un ruolo cruciale nell’erosione della fiducia, il pilastro fondamentale della democrazia, in contrasto con il terrore, che invece sostiene le dittature. La delegittimazione sistematica delle organizzazioni intergovernative, come le Nazioni Unite e le loro agenzie, insieme ai media tradizionali e al mondo accademico, è stata alimentata da un flusso costante di disinformazione semplicistica, distorta e facilmente assimilabile. Questa erosione della fiducia non solo ha indebolito la credibilità di queste istituzioni, ma ha anche favorito il consenso verso il loro smantellamento.
Sfruttando questa sfiducia, i leader populisti si presentano come liberatori, promettendo di emancipare il popolo da quelle che descrivono come istituzioni obsolete o corrotte. Nel frattempo, la precarietà dell’economia globale—segnata da inflazione, crescente debito pubblico e instabilità finanziaria—offre un terreno fertile per l’avanzata di queste figure. Sotto il pretesto del pragmatismo economico, smantellano la spesa sociale, gli aiuti internazionali e le politiche climatiche, deviando le risorse pubbliche verso l’espansione tecnologica. Così facendo, accelerano la concentrazione del potere nelle mani delle grandi aziende tecnologiche, consolidando un modello di governance sempre più dominato dall’egemonia digitale anziché dalla responsabilità democratica.
La Farsa del “Nemico Woke”
La propaganda tecnopopulista, così come la visione narcisistica della realtà, si basa sul gaslighting—una strategia manipolativa al centro della tecnica D.A.R.V.O., attraverso la quale gli abusatori distorcono la realtà seminando dubbi e confusione. Nel panorama globale odierno, questa tattica si manifesta nella feroce guerra contro la cosiddetta “ideologia woke”, una costruzione retorica creata ad arte per permettere ai governi populisti di ignorare problemi reali e urgenti come il cambiamento climatico, la violenza di genere e le disuguaglianze sociali.
Questa strategia è particolarmente conveniente: negando l’esistenza di questi problemi, le amministrazioni populiste si liberano dalla responsabilità di trovare soluzioni. Ancora più insidiosamente, essa favorisce il rifiuto totale di quei valori fondamentali che si sono consolidati dalla fine della Seconda Guerra Mondiale—valori fondati sulla cooperazione anziché sullo scontro. A breve termine, la creazione di un “nemico woke” ha un effetto ancora più immediato: delegittima l’opposizione politica, giustifica la repressione dei diritti umani e apre la strada a uno sfruttamento ambientale senza limiti, come dimostrano slogan come “Drill, Baby, Drill”.
Tuttavia, l’attacco a valori come l’uguaglianza, la giustizia sociale e ambientale, l’inclusione e la responsabilità rivela una realtà ancora più inquietante: la disumanizzazione del governo. Segna una regressione senza precedenti, che riporta l’umanità a una mentalità da “legge del più forte”, tipica di un’era pre-civilizzata in cui la forza bruta era l’unico criterio di potere.
Una Visione Empatica di Società
All’estremo opposto di questo scenario inquietante, lontano dall’avanzata inarrestabile delle società iper-tecnologiche, esistono ancora numerose comunità—prevalentemente indigene—che resistono alla prova del tempo, preservando proprio quei valori che il tecno-fascismo cerca di sradicare dalla società occidentale. Curiosamente, questo fenomeno non è guidato da alcuna agenda politica, ma emerge in modo organico da una convinzione profondamente radicata secondo cui il vero benessere, sia individuale che collettivo, si fonda sull’armonia, la convivenza equilibrata e la consapevolezza che la ricchezza ha senso solo quando è inclusiva. Per quanto possa sembrare romantico, numerose società nel mondo hanno seguito un percorso differente, offrendo un punto di riferimento prezioso per un’Occidente in decadenza che fatica a comprendere dove abbia sbagliato.
La Cosmovisione come Ispirazione
In Sud America—una regione la cui identità è forgiata dal sincretismo e da una storica frattura tra una piccola élite benestante e la grande massa lavoratrice—questo fenomeno assume una rilevanza particolare. Lontane dal rumore divisivo della politica polarizzata, molte delle comunità più emblematiche della regione coltivano una visione sociale radicata nella Cosmovisione, integrando in modo naturale proprio quei valori che le società occidentali—l’Europa in particolare—faticano oggi a difendere.
La cosmovisione è un modo profondamente radicato di comprendere l’universo e il nostro posto al suo interno — una visione che pone l’empatia come principio fondamentale. In molte tradizioni indigene e ancestrali, la cosmovisione non è solo un insieme di credenze, ma una relazione viva con tutti gli esseri, basata sulla capacità di sentire e onorare le esperienze altrui, siano esse umane o non umane. L’empatia diventa il ponte che connette l’individuo alla comunità, alla natura e allo spirito della terra. Favorisce un senso di reciprocità e responsabilità, dove prendersi cura degli altri non è un atto di carità, ma un’espressione naturale di esistenza condivisa. Attraverso l’empatia, la cosmovisione coltiva un mondo in cui tutto è interconnesso, e in cui l’armonia si raggiunge non con la dominazione o l’estrazione, ma con la coesistenza, la comprensione, il rispetto e la cura reciproca.
Lezioni dai Margini della Tecnologia
Nell’Altiplano andino, esistono comunità matriarcali che vivono in un rapporto simbiotico e rispettoso con la natura, onorando la parità di genere attraverso la Pachamama, che afferma il ruolo centrale della donna nella società. Nella regione caraibica della Colombia, la resilienza climatica si fonde con il realismo magico, definendo uno stile di vita basato sull’adattamento e sulla coesistenza con condizioni climatiche estreme. Nel frattempo, le comunità gauchesca dell’Argentina continuano a incarnare solidarietà, giustizia sociale ed uguaglianza—valori che hanno alimentato l’eredità storica che portò alla liberazione del Sud America dal colonialismo.
Le serie Ahícito Nomás, Macondo e The Land of Never After, e le campagne ad esse collegate, esplorano l’uguaglianza di genere, la resilienza climatica e la giustizia sociale dal punto di vista di queste comunità, offrendo una prospettiva alternativa su come questi valori possano essere integrati con successo. C’è qualcosa che la società occidentale può imparare da queste comunità? I progressi tecnologici hanno davvero significato se non servono al bene comune? Il progresso è possibile senza una visione empatica della società? La ricchezza estrema di pochi può realmente giovare alla società se non viene redistribuita in modo equo?
Mentre il tecno-fascismo continua a dividere il nostro mondo, emergono queste e molte altre domande. Le risposte che sceglieremo di darci determineranno il modo in cui evolveremo come società globale.
The Rise of Techno-Authoritarianism
As techno-authoritarianism reshapes geopolitics, distorts the perception of truth, and alters even interpersonal dynamics, it is crucial to explore and understand its origins and deeper roots. The term describes a strategic alliance between authoritarian political leaders and a small elite of ultra-wealthy technocrats—super-billionaires with a technological mindset and background who wield unparalleled influence over the masses through their media dominance and boundless financial power.
As historian Janis Mimura states, “techno- authoritarianism is driven by technocrats who consider technology the driving force of human progress.” Today, a new wave of chainsaw-wielding authoritarianism is undermining global stability. Through sweeping budget cuts to social programs and climate action, the withdrawal of foreign aid from war-torn and impoverished regions, and the promotion of expansionist ambitions through aggressive rhetoric and economic warfare, techno-populism is reshaping the global landscape.
The Technicization of Society and the Rejection of Empathy
Among the many concerning aspects of this phenomenon, the technicization of government and society is perhaps the most troubling. Since “technicization” is the antithesis of “humanization,” it becomes immediately clear why techno-populism’s primary enemy is what authoritarians and technocrats dismiss as the “woke agenda”—a set of empathy-driven policies aimed at creating a fairer, more equal, and sustainable world.
Fueled by aggressive hate speech, global far-right propaganda denies climate change, attacks gender equality, mocks diversity, and promotes a profit-driven, ego-centered society based on individualism and self-serving relationships. In other words, it fosters a narcissistic culture in which values such as social justice, equality, tolerance, diversity, and environmentalism are stigmatized as threats to progress.
Technofeudalism and the Reign of Algorithms
Technofeudalism describes a new economic and social order where Big Tech monopolies reign as digital overlords, reshaping capitalism into a system of algorithmic rule. Unlike the free markets of classical economics, where competition and innovation once dictated success, today’s digital platforms have consolidated power, controlling infrastructure, data, and governance itself. Access to jobs, financial opportunities, and even public discourse is no longer determined by market forces but by opaque AI-driven systems that decide who thrives and who remains invisible. In this landscape, individuals and businesses are no longer independent actors but dependent “serfs,” trapped within the walled gardens of Silicon Valley’s empires. Beyond mere economics, technofeudalism extends its grip into politics, culture, and behavior, reinforcing a world where a handful of corporations shape the trajectory of society with minimal oversight, maximal extraction, and absolute control.
Authoritarianism as a Structural Pathway to Warfare
Historical patterns suggest that authoritarianism often functions as a precursor to war because it concentrates power, distorts decision-making, and normalizes conflict as a political tool. Over the past decade, the overwhelming majority of new armed conflicts have emerged under authoritarian regimes, which tend to lack durable institutions for rational deliberation and are less capable of sustaining international commitments that might otherwise constrain escalation. By centralizing authority in the hands of a few leaders, authoritarian systems reduce domestic checks on military adventurism, allowing unconstrained rulers to pursue aggression with minimal internal resistance.
At the same time, authoritarian cultures are deeply intertwined with militarism: war strengthens authoritarian control by elevating loyalty and coercive power, and the values forged in conflict often persist long after hostilities end. Psychological research further reinforces this dynamic, showing that traits associated with authoritarianism—heightened threat perception, preference for hierarchy and dominance, and diminished empathy—predispose both leaders and societies toward supporting aggressive foreign policies.
In today’s geopolitical context, these dynamics are starkly visible in the growing tension between Russia and Europe, where authoritarian power translates into coercion and war as tools of influence. The United States’ increasingly transactional and ultra-nationalist posture has weakened traditional deterrence and collective security, creating strategic ambiguity. The result is an international environment in which authoritarian aggression is not an anomaly, but a predictable outcome of centralized power and a fractured global order.
The Narcissistic Roots of Techno-Authoritarianism
Beyond its sociopolitical implications, the rise of techno-authoritarianism must be understood as a narcissistic phenomenon. Narcissists are defined by a fragile or absent sense of self, lack of empathy, and low self-esteem—typically stemming from neurobiological factors and inadequate emotional support in childhood. To compensate, they construct an entitled and grandiose self-image, which may be overt (grandiose narcissism) or covert (vulnerable narcissism). Regardless of its form, this distorted self-perception drives a compulsive pattern of delusional lying, constant manipulation, and exploitation. Their interactions with others are self-serving and often framed through victimhood. A hallmark of this behavior is D.A.R.V.O. (Deny, Attack, and Reverse Victim & Offender)—a manipulative tactic used by narcissists to deflect blame, discredit accusers, and evade accountability when confronted with wrongdoing.
Another distinctive trait, typical of malignant narcissists, is a relentless drive for destruction. They destroy as an act of revenge, fueled by envy that makes others’ success and happiness unbearable. They also destroy to maintain control—a primary obsession, essential to upholding their fragile yet inflated self-image. In the case of sociopathic narcissist leaders, destruction is not just a byproduct of their pathology but a deliberate strategy. Their rhetoric and actions are designed to dismantle rather than build, as destabilizing societies from a position of power grants them the ultimate form of domination. Their goal is not governance, progress, or collective well-being but the relentless pursuit of validation on a grand scale—to compensate for their deep-seated shame and insecurity. In the end, all narcissists seek the same thing: the illusion of significance, at any cost.
Malignant Narcissism and the Politics of Destruction
Within the narcissistic spectrum, malignant narcissists not only seek dominance but also derive a sense of gratification from dismantling institutions, subverting social norms, and destabilizing entire industries in their pursuit of superiority. Their rhetoric often glorifies chaos, presenting destruction as a necessary step toward a supposed rebirth. A clear example of this is Argentina’s president, Javier Milei, whose campaign and governance revolve around the imagery of a “chainsaw,” symbolizing the ruthless slashing of state structures and social programs. His obsession with destruction is not merely political but ideological, reveling in the annihilation of anything associated with collectivism. Similarly, Donald Trump has repeatedly framed his ambitions in apocalyptic terms, vowing to “totally destroy” enemies and institutions alike. Most of his statements exemplify his willingness to wreck established economic sectors to serve his personal and political agenda. In both cases, destruction is not a means to an end—it is an end in itself, an extension of their narcissistic need to dominate and obliterate perceived threats.
The Narcissist’s Disguise and Predatory Agenda
Given their destructive traits, how do narcissists manage to build relationships and to thrive in society? One of the two answers to this question lies in another key characteristic: they are, in various ways, highly appealing. Overt narcissists often exude charm and charisma, using their superficial allure to manipulate and control others. Covert (or Vulnerable) narcissists, on the other hand, present themselves as fragile and shy, leveraging their perceived victimhood to exploit those around them. Starved for admiration, Communal narcissists mask their self-interest behind a facade of service and altruism, portraying themselves as change-makers, life coaches, healers, spiritual leaders or moral crusaders. Masters of faked empathy, they skillfully exploit social causes and human fragility to seek social validation, and elevate themselves as virtuous role models. In all cases, they do not appear as villains—quite the opposite. Their carefully crafted personas serve as powerful tools of deception.
The second answer is that narcissists are Machiavellian predators who anticipate the inevitable collapse of their carefully constructed facade and prepare accordingly. Sociopathic narcissists, in particular, are adept at identifying vulnerabilities and exploiting them to their advantage. Long before their mask slips, they meticulously gather information to weaponize against their victims, ensuring that when they are finally exposed, they can retaliate with calculated, ruthless precision. Above all, narcissists prey on empathy—twisting it into a tool of control and destruction. The unprecedented assault on the core values of Western civilization that we are witnessing today is nothing less than the execution of a narcissistic agenda.
Social Media and the Global Decline of Empathy
Over the past two decades, social media has fueled an unprecedented rise in narcissism, normalizing the cult of self-image and promoting a distorted sense of fulfillment rooted in material success, superficial beauty, and curated lifestyles. This relentless pursuit of external validation has overshadowed genuine personal growth and meaningful relationships, reinforcing unrealistic standards and fostering comparison, anxiety, and a perpetual need for approval—often at the expense of true contentment and self-acceptance, and creating the ideal environment for narcissists to position as role models for the masses.
It has also created the perfect breeding ground for manipulating truth and spreading misinformation, facilitating the distortion of factual data and the rewriting of historical events. In this landscape, the rise of sociopathic and populist leaders is unsurprising. Their ascent to power has thrived on widespread economic frustration and an individualistic craving for social validation, resulting in lust for social vengeance, nationalism, and hate-driven rhetoric. Techno-fascism’s distinctive hostility toward social policies, is a direct byproduct of this phenomenon: from a narcissistic perspective, personal well-being is seen as conflicting with collective well-being.
Several studies suggest that the rise of social media is contributing to a measurable decline in empathy, particularly among younger generations. Between 2004 (when Facebook was launched) and 2025, researches show a 30–50% decline in empathic behaviors among youth in highly connected societies. A study by the University of Michigan, which analyzed data from nearly 14,000 U.S. college students, found a 40% drop in empathetic concern since 2000—with the steepest decline occurring after 2009, when social media platforms became mainstream. In Europe, research from the University of Amsterdam revealed that frequent social media users show significantly lower levels of emotional recognition and perspective-taking, particularly in adolescents. As users are repeatedly exposed to dehumanizing content, outrage cycles, and algorithm-driven echo chambers, the brain adapts by becoming desensitized, making genuine empathy harder to sustain in a digital environment designed for speed, comparison, and performance over compassion.
The Erosion of Trust
Social media has also played a pivotal role in undermining trust—the very foundation of democracy, in contrast to terror, which underpins dictatorships. The systematic delegitimization of intergovernmental organizations such as the United Nations and its agencies, along with established media and academia, has been propelled by an influx of simplistic, distorted, and easily digestible misinformation. This erosion of trust has not only weakened public faith in these institutions but also fostered consensus around their dismantlement. Capitalizing on this distrust, populist leaders position themselves as liberators, promising to free the people from what they portray as obsolete or corrupt establishments. Meanwhile, the precarious state of the global economy—characterized by inflation, mounting national debt, and financial instability—creates fertile ground for such figures to advance their agendas. Under the guise of economic pragmatism, they dismantle social spending, foreign aid, and climate action, redirecting public resources toward technological expansion. In doing so, they accelerate the consolidation of power in the hands of tech giants, reinforcing a vision of governance increasingly dictated by technological hegemony rather than democratic accountability.
Gaslighting & The “Woke Enemy” Hoax
Techno-populist propaganda, much like the narcissistic approach to reality, thrives on gaslighting—a manipulative strategy at the core of the D.A.R.V.O. technique, in which abusers distort reality by sowing doubt and confusion. In today’s global landscape, this tactic takes many forms—from the outright denial of Russia’s invasion of Ukraine to the relentless crusade against so-called “woke ideology”, a manufactured rhetorical construct that enables authoritarian governments to dismiss real and pressing issues such as climate change, gender-based violence, and social inequality.
This strategy is particularly convenient: by outright denying the existence of these problems, such administrations absolve themselves of the responsibility to find solutions. Even more insidiously, it facilitates the wholesale rejection of core values that have been built and refined since the end of World War II—values centered on cooperation rather than confrontation. In the short term, fabricating a “woke enemy” serves an even more immediate purpose: it delegitimizes political opposition, justifies the suppression of human rights, and paves the way for unchecked environmental exploitation, embodied in slogans like “Drill, Baby, Drill.”
However, the attack on values like equality, social and environmental justice, inclusion, and accountability exposes a deeper, more troubling reality: the dehumanization of governance. It marks an unprecedented regression—reverting humanity to a “law of the strongest” mindset, reminiscent of a pre-civilized era where brute force was the sole arbiter of power.
Preserving an Empathetic Perspective on Society
At the opposite end of this troubling landscape, far from the relentless surge of hyper-technological societies and social media frenzy, several communities continue to stand the test of time, preserving the very values that authoritarianism seeks to eradicate from Western society. Interestingly, this phenomenon is not driven by any political agenda but arises organically from a deep-rooted belief that true well-being, both individual and collective, stems from harmony, balanced coexistence, and the understanding that wealth holds meaning only when it is inclusive. As romantic as it may sound, numerous societies across the globe have evolved along a different path, offering a valuable reference for a decaying Western world in desperate need of understanding where things went wrong.
The Unaltered Values of Cosmovision as an Antidote
In South America—a region whose identity is shaped by syncretism and an enduring divide between a small, wealthy elite and the larger working class—this phenomenon is especially compelling. Many of the region’s most iconic communities cultivate a societal vision rooted in Cosmovision (worldview), seamlessly integrating the very values that Western societies now struggles to defend.
Cosmovision is a deeply rooted way of understanding the universe and our place within it—one that emphasizes empathy as a fundamental principle. In many Indigenous and ancestral traditions, cosmovision is not just a set of beliefs but a living relationship with all beings, grounded in the ability to feel and honor the experiences of others, both human and non-human. Empathy becomes the bridge that connects individuals to their community, to nature, and to the spirit of the land. It fosters a sense of reciprocity and responsibility, where caring for others is not an act of charity but a natural expression of shared existence. Through empathy, cosmovision nurtures a world where everything is interconnected, and where harmony is achieved not by domination or extraction, but by coexistence, understanding, respect, and mutual care.
Possible Lessons from the Edges of Technology
In the Andean Altiplano, matriarchal communities exist in a respectful symbiosis with nature, honoring gender equality and the central role of women in society. In Colombia’s Caribbean region, climate resilience merges with magical realism, defining a way of life based on adaptation and coexistence with extreme weather conditions. Meanwhile, Argentina’s gaucho communities uphold solidarity, social justice, and equality as core values of their society—embodying the historical legacy that once freed South America from colonialism.
The series Ahícito Nomás, Macondo, and The Land of Never After, and their related campaigns, explore gender equality, climate resilience, and social justice from the perspectives of these communities, offering an inspirational view of how these values can be successfully integrated. Is there something Western society can learn from these communities? Do technological advancements and wealth hold meaning if they do not serve the common good? Is progress possible without an empathetic view of society? As authoritarianism continues to escalate, posing a serious threat to global stability, countless questions emerge. The answers we choose will shape the future of our global society.
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